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Colibrí

Salí al »paseo ecológico», un largo recorrido horizontal lleno de eucaliptos y un río en el medio. Ese río atraviesa la ciudad, pero más que atravesar, creo que la divide, o incluso la aísla, siempre he pensado que estoy en el segundo piso de una casa apolillada. Pobres polillas, sino fuesen tan reales, de seguro estarían en el libro de Animales Fantásticos que inventó Borges hace años. Es que lo fantástico siempre está subordinado a la costumbre, pero eso es otro tema.

Ahora estoy entrando al bosque, sí al bosque (paseo ecológico diría un burócrata sudado), estoy corriendo y tratando de juntar mis pensamientos. Estoy corriendo en medio de los árboles, estoy corriendo esquivando las cacas de los perros, estoy corriendo y un viejito me saluda y yo le devuelvo el saludo y me acomodo la mascarilla, estoy corriendo y quiero que mis pensamientos sean el río, pero mejor pensar que solo estoy corriendo.

Es que yo veo una poética en el correr, una despersonalización que emerge de lo más profundo, algo que conecta con el mismo hecho de sobrevivir. Cuando uno corre huye, pero también encara y llega, huye de uno mismo y llega a uno mismo. Y el cuerpo sabe de su existencia, sabe de su dolor, sabe que el aires está yendo y fluyendo, entrando y saliendo.

Creo que el Buda debió haber corrido mucho, como una marathon antes de sentarse a comer mangos en la sombra de un árbol y encontrar el nirvana, incluso me imagino a Jesús subiendo el Monte de los olivos corriendo. Pero ahora paro, estoy cansado, y miro el río, pienso en las piedras de su lecho, estas modelan el agua y la retienen en el tiempo una y otra vez, solo para el río no hay tiempo, porque la repetición es el estado fuera del tiempo y acaso ¿la eternidad?- No sé- mejor es meterse en el agua, pero no en esta, porque está sucia, yo solo vengo a escuchar.

Regreso, destejo mi propia sombra con la luz de las hojas y viene a mí el aleteo, viene a mí un colibrí, está herido, primero pienso que una ala está rota, lo tengo en mis manos, tengo su sangre en mis manos, un poco, no en abundancia. Lo llevo, lo sostengo firme, su pecho se hace azul y verde con la luz. Siento su corazón, siento mi corazón. El veterinario dijo que el ala no estaba rota, la desinfectó y le puso un polvo amarillo en la herida. Ahora se recupera, y yo pienso que el Colibrí siempre corre. Pienso que cuando era niño acechaba a los Colibrís del jardín y quería ver el mundo, todo el mundo, a través de sus alas a mil por hora, y que cuando vengo a este bosque solo busco tener esa visión que he perdido en el tiempo.

Nunca hay que perder de vista a un colibrí, ser investigador de colibrís, palpitar todo con su corazón.